Era chileno, peleó dos veces un título mundial de boxeo, pero nadie lo recuerda. Sus fotos son escasas y las pocas entrevistas que dio sólo sirven para acrecentar el misterio en torno a él.
Casi como un anticipo de su destino, Alejandro Romero
Castillo optó por alterarlo todo en su vida. Creció con una familia que no fue
la suya, en una ciudad donde no había nacido. Viajó siendo menor de edad a
Estados Unidos, donde combatió con un nombre que no era el propio. Tomó otra
nacionalidad y cuando pudo ser uno más de los elegidos en la escasa galería de
los ídolos chilenos, se perdió en el anonimato para transformarse en el más
olvidado e ignorado de todos nuestros gladiadores.
La historia de Alejandro Romero Castillo quedará sepultada
para siempre entre los elogios y las páginas dedicadas al Tani Loayza, Arturo
Godoy o Quintín Romero, contemporáneos que gozaron del halago unánime y del
pasaje a la posteridad, cuya vida y trayectoria pueden rearmarse fácilmente con
sólo repasar la prensa de la época.
Routier Parra -que ése era su nombre de combate- es un
fragmento estadístico en la historia del boxeo chileno. Ignorado en los textos,
asoma casi como una anécdota el combate que lo convirtió, el 9 de abril de 1928,
en el segundo boxeador chileno en pelear un título del mundo. Pero para llegar a
ese capítulo antes hay mucho que contar...
El rutero
Alejandro Romero Castillo nació, aparentemente, en
Antofagasta. Así lo dicen los registros en Estados Unidos, sus primeras notas
periodísticas y su partida de nacimiento. Sin embargo, en su visita al país en
1964, le confesó al periodista Antonino Vera que en realidad él era de
Tocopilla, contradiciendo toda su historia anterior. No sólo eso: en aquella
oportunidad dijo llamarse Alejandro Enrique González.
Tampoco está claro cuándo nació. El documento del Registro
Civil señala que fue el 9 de febrero de 1905, aunque sería inscrito recién en
1922 y en Calama, una vez que sus padres formalizaron el matrimonio. Los
rigurosos datos de la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York consignan, sin
embargo, que nació el 21 de diciembre del mismo año, dato no menor si se
considera que debió esperar varios meses hasta poder combatir quince rounds como
mayor de edad.
Como sea, en la tierra del norte Romero (o Parra o González,
usted elegirá) armó el espíritu. Y hay que recurrir a la leyenda para esclarecer
cómo un fajador nortino fue a parar a Valparaíso.
Cuando el niño Romero tiene diez o doce años llega a
Antofagasta, como manejador de una obra de varieté, el empresario porteño
Roberto Parra. Este hombre solía amenizar los entreactos del Teatro Nacional con
peleas de infantes vendados, riñas que culminaban cuando el último de los
combatientes podía sostenerse en pie.
Romero tomó parte del espectáculo y fue tanta su bravura que
no sólo ganó la competencia y los 15 pesos de premio, sino que a los pocos días
emprendía viaje al centro del país como protegido del empresario, quien valoró
no sólo su valentía, sino además sus conocimientos adquiridos observando a
Antonio Salas, un aclamado boxeador de la zona, a quien le llevaba los bultos y
acompañaba en el gimnasio.
Roberto Parra no era cualquier manager. Había sido deportista
en sus años mozos y llegó a destacar como uno de los primeros ciclistas
aficionados en los caminos porteños. Fue entonces cuando se ganó el apodo que lo
acompañaría por el resto de su vida, pero que haría famoso a su hijastro: El
"Routier" Parra; el hombre de la ruta. Como su existencia siguió ligada a los
caminos, el sobrenombre perduró, más aún cuando su afición al boxeo lo llevó a
formar una pequeña troupe de pugilistas, donde destacaban sus hijos naturales
pero, sobre todo, el moreno peleador nortino llamado Alejandro Romero.
Los primeros combates
El estilo de Romero lo convirtió prontamente en figura en
Valparaíso. La prensa consigna que el peso mosca siempre daba ventaja en la
balanza, porque no tenía rivales de fuste en su categoría. O combatía con tipos
mayores y más pesados, o lo hacía frente a los argentinos.
Así sucedió, por ejemplo, el sábado 13 de febrero de 1926,
cuando en el Pabellón Garden (una carpa instalada en el sector de El Almendral)
dio cuenta del trasandino Luis de Marco, burlándose de su rival ante el solaz de
la parcialidad que llenaba el recinto.
El 10 de abril daba otra vez ventajas frente al gallo Carlos
Valencia en el Coliseo Popular, pero pese a los kilos de regalo no tuvo
problemas en despachar a su rival, quien se tomó revancha el 26 de mayo. Según
Parra, alcanzó a combatir más de 80 veces, aunque la prensa consigna muy pocos
combates, entre ellos sus dos únicas derrotas, frente a Valencia y a Nicanor
Tapia.
A fines de junio, recomendado por Tani Loayza y financiado
por Mr. Braden, la Comisión de Boxeo de Valparaíso y algunos particulares,
Alejandro Romero Castillo sufre el segundo gran desarraigo. Despedido por su
familia adoptiva, promete en el muelle antes de embarcarse que su carrera en
Estados Unidos la hará bajo el nombre de su mentor, Routier Parra.
El benefactor
Las cosas no fueron fáciles. Según narra el propio boxeador a
la revista Los Sports en 1929, llegó a los Estados Unidos sin haber cumplido aún
los 21 años (lo que avala la teoría de su nacimiento en diciembre). Y, además,
como requisito de inmigración, le exigieron mil quinientos dólares, cifra que
fue cancelada por quien se convertiría en su segundo padre adoptivo: el abogado
portorriqueño Antonio González, fanático del boxeo y quien lo alojó en su casa.
Es probable que, tal como aconteciera cuando viajó a Valparaíso, Romero
finalmente tomara el apellido de su segundo mentor para rebautizarse.
Su manager, sin embargo, no fue González, sino el español
Manuel Otero, quien lo incorporó de inmediato al circuito, ávido de peleadores
en las categorías bajas, donde los rivales se repetían mucho y pegadores de
fuste no había. Y le colocó en el rincón en sus primeras peleas a Doc Buggle, un
reputado y estudioso entrenador de categorías bajas.
Sus dos primeros combates -en octubre y noviembre de 1926
frente a Mickey McGarr- fueron empates. Pero a partir de la victoria sobre Joe
Ferrentino inició una consistente racha de ocho victorias consecutivas,
interrumpida sólo por el empate y la derrota sufridos en junio y julio de 1927
ante Joey Eulo.
Ya las crónicas de sus combates hablaban de un batallador
impulsivo, desordenado, con más corazón que técnica. Un "diablo aguerrido", como
le consignaban a Routier padre las cartas que le enviaban sus manejadores desde
Estados Unidos. No era para menos: varias veces peleó en días consecutivos, en
verdaderas eliminatorias para llegar al título del mundo.
Es el 12 de octubre del 27 -un día después de perder con
Happy Atherton- cuando comienza la serie que lo llevaría a su momento más alto.
Gana consecutivamente a Nick De Salvo, Manu Wexler, Mattu White, Minty Rose y
Tommy Abobo para obtener una opción ante "Corporal" Izzy Schwartz, el campeón
vigente de origen judío de la corona mundial de los pesos mosca.
El duelo, sin embargo, se origina de manera extraña. Ante la
deserción de Harry Goldstein, los organizadores le avisan a Parra y a Otero con
sólo cuatro días de anticipación que tendrán la chance de combatir por el
título. La lidia fue fijada para el 9 de abril de 1928.
Como sucedió siempre, Parra dio ventaja en el peso. Casi un
kilo y medio lo separaba de Izzy Schwartz, quien además lo había obligado a
firmar un documento garantizando que si perdía, el chileno le daría revancha
antes de un mes. A los 29 años, "Corporal" sabía que quemaba sus últimos
cartuchos, por lo que el rival, de campaña ascendente, representaba todo un
riesgo. Alentado por casi tres mil quinientas personas, el neoyorquino pudo
resistir el desesperado ataque del chileno en el primer round.
Sangra una ceja
La veteranía del campeón le permitió recuperarse en el
segundo, rompiendo la ceja izquierda de Parra, quien sólo en el cuarto y quinto
asalto pudo recuperar el aire. Pero su momento -de acuerdo con las crónicas de
las agencias reproducidas por El Mercurio- estuvo en el noveno round, cuando con
un gancho de izquierda al rostro hizo tambalear al campeón, que replicó en la
siguiente vuelta abriendo nuevamente la herida del antofagastino.
Los últimos cinco rounds fueron unilaterales, con el campeón
siguiendo sobre el ring al aspirante, que sólo se limitó a protegerse para
llegar en pie al final de la reyerta. Al momento de la decisión, en el gimnasio
de Saint Nicholas no había dudas: Izzy Schwartz era el legítimo vencedor. Las
tarjetas le habían otorgado 14 de los 15 asaltos.
La derrota cambiaría para siempre la carrera deportiva de
Routier. Tras caer por nocaut un mes después ante Harry Goldstein, el boxeador
nortino viaja de vuelta a Chile para obtener el reconocimiento de su patria. La
sorpresa es grande: nadie parece conocerlo. Las entrevistas son pocas y la
posibilidad de combatir en el país, nula: no hay pesos moscas que se atrevan a
subir al ring. Tampoco en Buenos Aires.
Contrastaba la realidad con lo que Romero esperaba. En Nueva
York, la pelea que le ganó por nocaut a Pete Buckley culminó con una dama
subiendo al cuadrilátero para llenarlo de besos. Y compañía no le faltaba para
ir al Zoológico, a Coney Island o a los "spikis" (salones de baile) donde los
boxeadores eran presa cotizada. La escala en Perú también lo sorprendió, pero la
abulia en Chile terminó decepcionándolo, más aún si el Tani, con méritos
iguales, era idolatrado. Dos meses después, y acompañado por Juan Carroza, un
iquiqueño de 51 kilos, emprendió el viaje de retorno.
El milagro
Desde que volvió a Nueva York, en noviembre de 1928, hasta
que se retiró del boxeo en 1936, Alejandro Romero Castillo combatió veintinueve
veces y ganó apenas una pelea: a Willie La Morte, en marzo del 29 en Toronto,
Canadá.
Pero increíblemente, pese a la seguidilla de derrotas por la
vía rápida, la National Boxing Association le dio una segunda oportunidad por el
título del mundo en peso mosca, esta vez enfrentando a Frankie Genaro. El
combate, realizado el 16 de julio de 1931 en North Adams, Massachussets, terminó
por la vía rápida en el cuarto asalto.
Según la crónica del New York Times, el monarca fue
claramente superior, "golpeando a su adversario desde la campana inicial, sin
darle chance a meter golpes". Otra vez con la ceja abierta -herencia de un
brutal combate con Midget Wolgast en 1929- la opción de Routier jamás estuvo a
la vista.
Se pensaba que el día del retiro sería el 7 de septiembre de
1933, cuando cayó por segunda vez ante Johnny "Skippy" Allen. Sin embargo
retornó tres años más tarde, en un último y desesperado intento por romper su
impresionante racha de palizas, sólo para caer por puntos ante Beezy Thomas en
la Fort Hamilton Arena, en Brooklyn.
Ya por entonces estaba casado con una puertorriqueña de
nombre Elvira. El resto de la historia la escribe parcialmente el mismo Romero
cuando decía llamarse Alejandro Enrique González.
Asegura que permaneció por dieciocho meses en la 28 división
de infantería del Ejército norteamericano, que se mantuvo estacionada en New
Jersey antes de la Segunda Guerra Mundial. No fue al conflicto porque le
detectaron una hernia y luego ingresó a trabajar en la Brighton Beach Bath Inc.
de Brooklyn.
Vino a Chile en 1948 y luego en 1964, y cada vez que partía,
aseguraba que iba con él un boxeador nortino de grandes proyecciones, del cual
poco más se supo. Presentó a una hermana y también declaró ser jinete de
carreras.
Su rastro se pierde para siempre después de la última visita.
Rastrearlo resulta imposible porque la búsqueda es infinita. Routier Parra, Rury
Parra, Alejandro Romero, Alejandro R. Castillo, Alejandro E. González. ¿Quién es
realmente el campeón más olvidado del deporte chileno?
En la historia del boxeo de Renato González, editada por
Quimantú en 1972, su nombre apenas aparece como referencia estadística o mera
anécdota. Hay referencias históricas equivocadas por doquier y lo único que
mantiene vivo el recuerdo es el impecable registro de sus combates en los
Estados Unidos.
Esa es la historia. O parte de ella. Fragmentos oscuros y
lejanos que no permiten armar el puzzle. El hombre que combatió dos veces por la
corona del mundo así lo quiso. Casi como un superhéroe que desea ocultar su
identidad, resignándose a quedar eternamente en el sótano de nuestra
memoria.
Cualquier esfuerzo por sacarlo de allí, sólo hará
justicia.
Routier Parra - Veteranos de Guerra. National Calverton Cemetery Suffolk County New York, USA |
Fuentes: Aldo Schiappacasse / Pugilismo chileno.blogspot.com /